miércoles, 2 de julio de 2008

Periodismo: la broma más bella del mundo


Se reeditó en Argentina un libro de la periodista Margarita Rivière, que responde a los interrogantes comunes que rodean al periodismo y remueve mitos de la profesión.

Periodista
Por Margarita Rivière

Editorial Grijalbo/ 242 páginas/ $ 42

Vuelve a editarse en Argentina el libro que la editorial Grijalbo encargó a la periodista española Margarita Rivière y que forma parte de la colección Profesiones con Futuro. La autora plantea en el libro una suerte de guía para todos aquellos que quieran estudiar o dedicarse a la profesión. Pero lejos de convertirse en un manual básico ilustrado para periodistas, el texto derriba supuestos, conceptos y mitos que rodean a la profesión, a la vez que trata de poner en relieve las condiciones, no siempre óptimas o felices en las que trabajan los periodistas.
El libro desarrolla un camino de planteos y paradojas que desestabilizan ciertos conceptos acerca del trabajo en los medios, como los del periodismo radicalmente independiente o la noción de que la profesión puede convertirse en una manera de acceder al poder y al dinero.
El espíritu curioso, las ganas de preguntar y preguntarse acerca del mundo, el instinto y el reconocimiento de que el aprendizaje es constante e infinito, son algunos de los aspectos que hacen, según Rivière, al buen periodista.
En los primeros capítulos se presentan las características de la profesión, sus peripecias y las formas de acceder a ella. A través de numerosos interrogantes, se ponen a jugar diversos aspectos como la importancia de la formación académica, pero también, la sabiduría que proporcionan la experiencia y el día a día en la función de un periodista. La propuesta es derribar la barrera de la siempre fácil mediocridad a través de la cultura como arma y herramienta para superar los desafíos y a su vez, lograr defender los propios criterios en un mundo donde la información resulta una mercancía.
Esta guía se completa con un análisis de los medios de comunicación acotados a la realidad europea, de los géneros periodísticos y de las distintas especialidades dentro del oficio.
Rivière plantea en este libro un sinfín de condicionantes y desafíos a la profesión, pero a la vez despliega todas los factores apasionantes y enriquecedores que hacen del periodismo “la broma más bella del mundo”.


Margarita Rivière nació en Barcelona en 1944, es periodista y ensayista. Fue la directora de la agencia EFE en Cataluña y ha colaborado en los diarios El País, Le Monde Diplomatique y en la revista Qué Leer. En sus numerosos ensayos y artículos se ocupa de analizar la cultura, la comunicación de masas y fenómenos sociales como la moda. Algunos de los libros dedicados a los estudios comunicacionales y tendencias sociales son Crónicas virtuales, Lo cursi y el poder de la moda, La década de la decencia, entre otros.

Juan Arancio: Una vida dibujada con humildad




No son pocas las casas santafesinas que tienen algún dibujo de Juan enmarcado y colgado en la pared. Quienes lo conocen “de oído” seguramente asocian su nombre a esas sencillas imágenes que retratan la vida en la isla. Quizás no muchos sepan que este vecino del barrio Sur, además de dibujante es pintor, ilustrador, historietista y argumentista. Que no solo ilustró miles de páginas del vespertino “El Litoral”, del matutino porteño Clarín o de las revistas Anteojito, Intervalo, El Tony, entre muchas otras. Si no que, su lápiz también anduvo por los Estudios Disney o acompañó la pluma de Oesterheld (el recordado autor de la mítica historieta El Eternauta, desaparecido en la última dictadura militar). Sin embargo, y aunque las oportunidades no le fueron esquivas, su lugar en el mundo siempre fue su casita de calle Juan de Garay al 3.800. Allí se realizó la entrevista.

Enclavada a mitad de cuadra, la casa tiene un frente adornado con lajas y piedras. A su lado una gran puerta de rejas negras, hace las veces de garage. Aunque no hay ningún auto. A pocos metros se ve otra puerta de rejas pero más pequeña, es la que da entrada a un pasillo interno que finaliza con un gran patio.

Desde la vereda se lo distingue a Juancito. Sencillo, este hombre de barba abundante pero prolija y grandes anteojos tiene unos 76 años, pero parece de más. Quizás porque desde hace un tiempo lo afecta una enfermedad traicionera que no le permite controlar los movimientos de su mano: el Mal de Parkinson. Parece una burla del destino que semejante enfermedad afecte precisamente a un dibujante. Sin embargo, esta circunstancia no lo doblega. Tranquilo para hablar, como pidiéndole permiso a las palabras, Juan se encuentra sentado en un sillón acompañado de unos incondicionales matecitos. Entre mate y mate (qué mejor excusa para conversar) tendrá lugar esta entrevista.


¿Cuándo comenzó a dibujar?

—Mi hermano era pescador y mientras él pescaba yo dibujaba en los explanaditos de la arena, con un palito. Yo tenía seis años y con una nenita de mi misma edad nos entreteníamos haciendo dibujos en la arena. Un buen día me dio ganas de dibujar en un papel. Entonces mi hermano cuando iba a entregar pescado, traía un cuadernito de esos “Sol de Mayo” que los encargaba y allí comencé a garabatear mis primeros dibujos. Tengo algunos de esos todavía, porque los fui guardando— Hace una pausa, se ceba un mate— A los 8 años empecé la escuela acá, en la Arzeno. Como vieron que yo tenía capacidad para el dibujo me los hacían hacer en las fechas patrias: 25 de mayo, 9 de julio. Y ahí los chicos me engrupían, decían: “cómo dibuja este flaco”. Ya a los 14, 15 años vendía naranjas, mandarinas, bananas, en la calle con dos canastos. Y un día me fui a una librería de compra y venta de libros usados y cambié fruta por dos libros. Por el “Martín Fierro” y “Cazadores de ballenas”, como me gustaron tanto esos libros quería dibujarle las mejores partes. Así le fui agarrando cierto cariño a las historietas y a las ilustraciones de libros. Y casi sin darme cuenta, jugando fui ensayando. Hasta que una vez hubo un concurso para ilustrar una historieta local. Me presenté y lo gané con un gaucho que se llamó “Santos Barrios”.



Así empezó a descubrir la pasión por la historieta...

—Ahí empecé con la historieta. Teniendo 19 años junté todos los originales de la historieta y me fui a El Tony (“El Tony” fue la primera revista argentina dedicada íntegramente a las historietas. Fue también la revista de historietas que se publicó por más tiempo, desde su aparición en 1928 hasta mediados de 2000). Entré por la puerta grande. Es una cosa hermosísima la historieta, te va presentando un desafío a cada momento, ¿viste?, así vos te vas metiendo cada vez más. Un suponer, tenés la búsqueda de documentación, la escena, los gestos de los personajes, las armas, el encuadre, el enfoque.


¿Siente que la historieta es menospreciada, tomada como un género menor?

—Si, siempre fue menospreciada. Sin embargo, en la historieta vos tenés cosas históricas que no te las consigue nadie, porque el argumentista de una historieta es un ratón de biblioteca. Entonces enseguida te hace un argumento. Donde te saca un hecho... mirá —hace una pausa y levanta la vista— una vez a mi me tocó hacer un argumento sobre un barco que venía en una noche de tormenta. Resulta que había uno que tenía un grillo en una cajita. Y el grillo empezó a cantar, empezó a chillar, ¿viste?. Entonces la noche era oscura, y el capitán, cuando oyó esa noticia de que el grillo empezó a chillar, dio media vuelta el barco, sino se estrellaba contra los arrecifes. Eso es porque el grillo en altamar no chillaba, ni cantaba, ni nada. Cantó ahí porque estaba cerca de tierra. Eso es interesantísimo. Todo ese tipo de cosas te encontrás en una historieta. Y ese argumento era de Oesterheld. Se llamaba “Los náufragos del Bangalore”.


¿Trabajó mucho con Oesterheld?

—Con Oesterheld fue con el que más trabajé, en una revista que se llamaba Hora Cero.


¿Y como fue esa experiencia?

—Me presenté. Y yo estaba en una condición en que donde yo iba me aceptaban. Por el estilo, la forma y todo. Porque los dueños de las revistas de historietas buscan a la gente que les gusta el estilo, que tenga cierta capacidad, que llame la atención. Fijate, te voy a contar algo, anteayer a la noche me hablaron de Rosario. Resulta que van a hacer una revista nueva de historietas y quieren que trabaje para ellos. Van a venir a visitarme la semana que viene. Vamos a ver qué es lo que pasa. Yo tengo ya historietas hechas, son refritos. Dibujé, por ejemplo, “Una excursión a los indios ranqueles”, “La conquista del desierto” —aclara— ese cuento que tiene Borges. Después hice “Dick Turpin”, “Doctor Yukon” que es un personaje que es mío, “Don Quijote de la Mancha”. Tengo lindas ilustraciones del Quijote. Porque uno agarra con cariño esas cosas. Vos todo lo que agarrás con cariño lo haces bien. Te sale bien. Vos te das cuenta...


Usted es autodidacta ¿Qué opina de las escuelas de formación para dibujantes?

—Ahí hay mucho verso. Porque han tergiversado la palabra ”Arte”. Antes se consideraba arte al mensaje que vos recibías en el acto, apenas veías algo. Te cuento un ejemplo: había un cuadro que había hecho un pintor que tenía un enfermo. Viene un doctor, mira el cuadro y dice: “este hombre tiene tililla”. ¡Diagnosticó la enfermedad que tenía el enfermo del cuadro!. Es notable.


Hablemos un poco del barrio. ¿Hace mucho que vive acá?

—Yo nací acá, en esta casa, este rancho es largo, grandote. Las crecientes llegaban a tres cuadras de acá. Porque antes no estaba el terraplén Irigoyen, cuando se hizo el terraplén Irigoyen ahí, cubrió todo.


¿Qué le gusta del barrio?

—Me gusta la gente, muy humilde. Aunque no es el barrio ese que yo añoro, el barrio de la infancia.


¿Qué recuerda de ese barrio de la infancia?

—Cuando yo era chico éramos todos medio familiares porque, vos te enfermabas y ya venía una vecina y le decía a mi mamá: Quédese tranquila, que yo le voy a lavar la ropa a su hijo, le voy a traer un plato de sopa. ¿Entendés?. Acá éramos todos conocidos, hoy vos no sabés como se llama la señora de enfrente. Hoy vos no podés dejar la puerta abierta de tu casa, tenés que tener rejas y siete candados. Otra cosa es que antes había muchos personajes, que uno recuerda con mucho cariño porque era chiquito y te hacían reír mucho.


¿Por ejemplo?

—Había uno que le decían “macho de la perra”. Era un gallego chiquito, que tenía un bastón. Entonces los pibes le gritábamos: ¡macho de la perra! y el te gritaba: ¡de la perra de tu madre, hijo de puta! Y te revoleaba el bastón (risas). Te erraba, pero por un centímetro te erraba. Tenía una puntería, te seguía hasta debajo de la cama (risas). Después estaba Bertupín, que yo miraba y me preguntaba porque le dirán Bertupín a este hombre. Y recién de grande, leyendo una revista me enteré que era Ben Turpín, no Bertupín. Le decían Ben Turpín porque era igual a un actor cómico que se llamaba así, la cara de Ben Turpín tenía, igualito. Era un hombre que tenía los ojos bizcos, la carita chiquitita y el cuello largo. Me acuerdo que el tipo era cuidador de autos, pero un cuidador de autos, le dirían hoy, matriculado. Porque tenía un mameluco que le daba la Municipalidad. Después estaban dos petisos que no medían un metro cada uno ¡que eran terribles!, se peleaban entre los dos. Vivían al fondo, cerca del terraplén de la vía. Después había unos polacos que soldaban las pavas, las ollas. Vos se las dejabas y al día siguiente te la traían y te cobraban. Estaban los tipos que les colocaban las manijas a las ollas, que vivían al borde de una laguna que le decían: “El yacaré”. Quedaba acá derecho en Juan de Garay abajo. Y había otra laguna mucho más para allá que se llamaba Paniagua. Todas esas lagunas fueron tapadas con basura para construir después, lo que son las casitas que están ahí. Los barrios nuevos que están hechos.


¿Y que anécdota de chico recuerda en el barrio?

—¡Uy, muchas!. Antes por ejemplo, las calles eran de tierra. Acá en la puerta de casa había dos zanjones, llovía ¡y era una cosa!. Pero a nosotros nos gustaba porque nos tirábamos al agua. Llovía y toda el agua del centro venía para acá. Entonces vos ahí aprendías a nadar un poco. Otra de las cosas que recuerdo es que en el barrio mucha gente tenía chicos, y los chicos íbamos a Santo Tomé a buscar la leche, que te vendían dos litros quince, leche de vaca. Llevábamos unas damajuanas de cinco litros. Y como había señoras que no tenían chicos para mandar, entonces les traíamos nosotros la leche. Íbamos a pie de aquí a Santo Tomé y volvíamos de Santo Tomé también caminando. Me acuerdo que en esos viajes le agarré miedo a las alturas. ¿Viste el puente de Santo Tomé, el arco?. Había algunos pibes que subían y se pasaban para el otro lado, y yo un día quise hacer eso. Llegué casi a la punta. Y me agarró un miedo terrible, me tuvieron que ir a buscar arriba. Me cagué, me meé, que se yo. Un poco más llaman a los bomberos. Desde ese entonces tengo un miedo a las alturas, un vértigo terrible. Yo no te subo arriba de una mesa.


¿Y nunca plasmó en dibujos esas vivencias del barrio?

—No, ¿para qué?, lo que retrataba en dibujos eran otras cosas. Aunque, ahora que me decís, me acuerdo que había un baile que se llamaba “El Condar” donde ahí asistían y bailaban gente de baja catadura, como los cafishos, o proxenetas que le llaman. Siempre había alguna pelea y algún que otro muerto. Entonces yo venía acá a casa y hacía las historias esas en historietas. Era gente conocida, como “El Pelado”, había uno que le decían “El Manco” un tipo que tenía tres o cuatro mujeres. Entonces las hacía trabajar. Y siempre había lío. Después había muchas cosas que ahora no se ven más. Estaban los lecheros, que te traían la leche a tu casa, los carniceros, los achureros, los pescadores que vendían el pescado a la palanca y vos le comprabas en tu casa. O los panaderos, a la siesta era lindísimo porque estaban esos pancitos y esas tortas que se hacían caseras, te vendían tortitas negras, pan con grasa. Había una serie de personajes que a vos te encantaban. Llegaba la siesta y tomabas mates con las facturas esas que vos le comprabas a la gente esta. Había un gallego “don Martínez” que hacía los churros, pero hacía churros borrachos ¡que eran tan ricos! (risas) Vivía acá en calle Rosario y Roque Sáenz Peña que después se llamó calle Buenos Aires. El vendía los churros en el Mercado de Abasto a la mañana. Lo esperaba la gente. Estaban los arroperos, los que vendían la miel, estos tipos venían con media docena de mulas y en carro. En el carro traían nueces, arrope, miel, avellanas, aceitunas, quesillo de cabra, vino patero. Y ahí mismo ellos en un rincón del carro, porque era grande, se hacían un lugarcito donde dormir y dormían ahí. Cuando los agarraba la noche. ¡Vos sabes lo que es venir de Jujuy hasta acá en paso de mula!. Les llevaba como seis o siete meses la travesía que hacían. Pero ellos se juntaban y lo hacían... ¡y vendían eh!. Era muy lindo. Pictóricamente era hermoso.


Le cambio un poquito de tema. Desde su visión ¿Cree que los artistas locales son reconocidos?

—Depende quien. No son muy reconocidos, porque si fueran reconocidos tendrían otras posibilidades. También lo que pasa es que hay mucho egoísmo entre los mismos artistas. Y acá es jodido, si vos tenés posibilidad de levantar cabeza te meten un palo en la rueda. Y eso está mal. Si un tipo tiene condiciones hay que ayudarlo a subir.


Y como artista, como dibujante que ha incursionado en el humor también, le pregunto ¿Qué opina del dibujo de Hermenegildo Sábat que criticó la Presidenta en un discurso?

—No lo ví al dibujo. Creo que salió en Clarín. Tendría que verlo, son ocurrencias del artista que hace ese tipo de cosas y le pagan por eso. Es una lástima que haya dicho algo la Presidenta. Sábat es un artistón de aquellos. Es un artista bárbaro. Está considerado el mejor caricaturista.


¿Qué esta haciendo en la actualidad?

—Hoy sigo pintando cumpita. Sigo pintando, cuando tengo ganas dibujo, nadie me corre. Además, te digo una cosa, por encargo no hago nada. Porque vos a las cosas que te encargan no les colocás el cariño que le colocás a las cosas. Entonces hago lo que siento y lo que quiero. A pesar de que no estoy en mis mejores condiciones con este Parkinson. Uno hace lo que puede, no hay que dejarse estar.


Entre mate y mate fue transcurriendo la charla. El cielo ya está oscuro. Casi sin darnos cuenta pasaron en pocos minutos, años de vida. Vida de diferentes matices, de distintos tonos, trazos acentuados con la mina de un lápiz sabio, grande, que no se cansa de dibujar.

Cuando los trae el pensamiento




La muestra fotográfica Ausencias de Gustavo Germano, llegó a Paraná después de un recorrido por España, para mostrar las historias de algunos detenidos-desaparecidos de Entre Ríos.

“1975 ‘La Tortuga Alegre’.Río Uruguay. Entre Ríos”, aclara un rótulo bajo la foto de Orlando René Méndez y Leticia Margarita Oliva, para situar la playa en la que se encuentran. Al lado, una fotografía tomada en 2006 describe la soledad de la misma playa, del mismo lugar.
Orlando y Leticia se casan en abril de 1970. Cinco años después nace Laura, su única hija. Cuando detienen a Méndez, la niña de once meses va con él. Luego lo matan. La bebé va a ser abandonada en la Casa Cuna donde la encontrará su madre días después. Luego de dos años asesinan a Leticia.
Esta historia se esconde detrás de otra fotografía, que muestra a los detenidos- desaparecidos con su hija Laura de sólo algunos meses, en una habitación en casa de los abuelos, días antes del golpe de Estado. Otra, la tomada recientemente, describe la misma habitación, la misma disposición de los elementos, pero sólo está Laura (ahora adulta). El dolor de ese rostro le da voz a la imagen.
La muestra Ausencias está en el Museo de Bellas Artes desde el 15 de este mes y hasta el 2 de junio. Tiene una entrada libre y gratuita, para quienes deseen acercarse a las historias de algunos de los desaparecidos de Entre Ríos, que fueron víctimas de la última dictadura militar, a través de los vínculos familiares, de amistad y de militancia.
Puntos que marcan lo que no está. El nuevo retrato de los que quedan. El paso del tiempo. Todos estos elementos, se entrelazan en una narración que propone volver a poner todo en su sitio, para marcar lo que no está en su sitio.
Gustavo Germano es un fotógrafo entrerriano de 43 años, que reside en Barcelona desde meses antes a la crisis desatada en diciembre de 2001. El tema de la dictadura militar no le es ajeno, y otra imagen lo expresa: la de los cuatro hermanos. El mayor, Eduardo Raúl “Mencho” Germano, de 18 años, es asesinado en Rosario el 23 de diciembre de 1976.
La idea de contar la presencia de las ausencias en fotografías, viene desde 1997 cuando, junto a su hermano Guillermo, realizaron el video Los Eternautas, que versa también sobre el gobierno de facto. Pero el desarrollo del proyecto comienza en enero de 2006 y finaliza en octubre de 2007. Se realiza con el apoyo del Registro Único de la Verdad de nuestra ciudad, la agrupación H.I.J.O.S Regional Paraná y Casa Amèrica Catalunya, que la produce. Se expuso en Barcelona, Madrid, Lleida, y en el Centro Cultural Recoleta en febrero.
Las historias abundan, y las 14 fotografías tomadas y acompañadas de otras, a partir de las que se trabajó, son sólo una expresión de lo que atravesó nuestro país, pero también, del quebrantamiento de los lazos humanos. Historias de madres sin hijos, de hijos sin padres, de amigos, de amores, de hermanos…
Un video transita el proceso de producción del trabajo. Paisajes de rutas, de callecitas del interior, de gente sentada alrededor de una mesa, o intentando situarse en lugares donde habían estado en otros tiempos, aparecen en escena. Aunque por instantes, la quietud del momento de captación de la foto que se muestra, aparece como contrapartida del movimiento de los espectadores, que observan y deambulan por el Museo, mimetizándose con algo de ese dolor de los rostros impresos.
De fondo, una voz poblada de otros sonidos y ritmos, interroga: “¿cuándo vuelve el desaparecido?”. Afuera, pareciera no haber demasiadas novedades, el día sigue frío y gris. Adentro, la misma voz concluye: “cada vez que lo trae el pensamiento”, y resume lo que ocurre en aquel espacio, donde la memoria juega a pasearse por los pasillos.